Eso es lo que he dicho

EN el año 2007 Juan Méndez González, un albañil de Cáceres, sin estudios, comenzó a ver cómo su jefe estaba despidiendo a gente porque no había dinero para pagar a todos los empleados. Él tenía miedo de que su jefe le pudiera despedir, a pesar de que era el más viejo en la empresa. Llevaba veinte años trabajando para él, desde los veintitrés, por lo tanto, ahora tenía cuarenta y tres años.

Al terminar su trabajo, sobre las tres de la tarde, como de costumbre, volvió a su casa. Comió y jugó con sus hijos. María, de cinco años, una niña encantadora e inteligente, y su hijo Francisco, de diez años, muy obediente y generoso.

Fue a la cocina y habló con su mujer de lo que estaba pasando en el trabajo.

–Catalina, en el trabajo están despidiendo a gente, y eso me preocupa bastante.
–Tendremos que rezar para que no te despidan, pero si te despiden, yo siempre voy a estar a tu lado ¿vale? –dijo ella mirándolo a los ojos.
–Pero si me despiden, no podremos pagar la hipoteca, aunque no creo que lo hagan, porque yo soy el que más tiempo lleva trabajando allí.
–No pasa nada, seguro que saldremos adelante.

Su mujer era una persona tranquila y su vida era su marido y sus dos hijos. Era capaz de hacer cualquier cosa para sacar a su familia adelante y también era muy guapa, con unos ojos verdes maravillosos.

Después de aquella conversación con Catalina, Juan quería despejar su mente y no hay nada mejor que volver a jugar con sus hijos. La hija notó que su padre estaba desanimado.

–¿Qué te pasa papá? –preguntó ella.
–Nada, ¿por qué, pequeña? –dijo él sonriendo.
–Porque te veo triste.
–Pero eso es porque estoy un poco malito.

Cinco días después, Juan, como siempre, fue al trabajo. Estaba tranquilo poniendo ladrillos cuando, de pronto, su jefe se acercó. Tenía una cara muy seria y Juan se temía lo peor.

–Esto que te voy a decir es más duro para mí que para ti, pero lo tengo que hacer. Sé que la cosa está mal, pero sintiéndolo mucho te tengo que despedir.
–Por favor, no me despidas. No lo hagas. Además soy el que más tiempo lleva trabajando aquí, por favor, te lo repito las veces que sea necesario, no me despidas –suplicó Juan.
–Lo siento, la verdad es que te tengo mucho cariño, pero no puede ser –dijo el jefe confirmando su decisión.

Ese día en vez de ir a su casa directamente, fue al bar a ahogar sus penas en el alcohol. Tras varias copas, se fue a su casa. Llegó muy borracho, su mujer y sus hijos se quedaron muy asombrados al ver por primera vez a su padre en ese estado.

–¿Qué te pasa, papá?, ¿estás malito? –preguntó su hija.
–¿A mí?, a mí no me pasa, solo que me he bebido una copita, pero nada más.

Su madre le dijo que se fueran a la cama porque al día siguiente tenían colegio. Pero en realidad era una excusa para hablar con su marido.

–¿Qué te ha pasado? ¿por qué vienes así? Has venido del bar, ¿verdad? Hueles a alcohol. Vete a duchar, después ya hablaremos tú y yo, ¿entendido? –dijo mosqueada.
–¿Que por qué vengo así? Porque… porque me han despedido, Catalina, lo siento ya no… no puedo hacer na… na… nada.
–Bueno, tranquilízate y vete a duchar.

Después de media hora, su mujer se preocupó por él, porque nunca tardaba tanto en ducharse, así que se metió en el baño. Cuando entró se dio cuenta de que estaba dormido y con el agua por el cuello, a punto de entrarle en la boca.

–Juan, cariño, ¿qué te pasa?
–Na… na… nada. Me habré quedado dor… mi… do.
–No te preocupes por lo que ha pasado, le podemos pedir dinero a mi madre, o a alguien.
–No, no… no quiero pedir nada a nadie, quiero vivir… de lo que tengo… aunque sea poco.
–Bueno, si quieres nos podemos quedar con lo que tenemos, pero de todas formas yo buscaré algún trabajo o también podemos pedir un crédito, ¿no?
–Sí, claro, con la cri… sis nos van a dar ahora un cré… dito y encima con una… hipoteca.
–Bueno, pues si no nos lo dan, trabajo en lo que sea: cuidar ancianos, de asistenta, me da igual, pero tú no te preocupes, ¿entendido? Vámonos a la cama.

Durante medio año Juan estuvo muy deprimido, en la cama todo el día, hasta que su mujer le dijo que si quería trabajar tenía que ir a buscar trabajo.

–Vamos a hacer tu currículum y sales a llevarlo a todas las empresas necesarias, pero no quiero verte así, ¿vale?
–Vale, pero no me van a contratar.
–Si vas con esos pensamientos no te van a coger, así que sé más positivo, por favor.

Redactaron el currículum y a la mañana siguiente fue a todas las empresas que conocía. Fue a muchas, pero todos le decían lo mismo, que no necesitaban a nadie o que con la crisis no podían contratar más trabajadores. Al pasar por una calle escuchó dos voces masculinas.

–Lo siento, pero la cosa está muy mal, duele decirte esto, pero te tengo que despedir –decía una de las voces.
–¿Pero no puedo hacer nada para quedarme trabajando? –dijo la otra voz con intención de convencer a su jefe.
–No, lo siento. No puedo hacer nada, José –dijo la primera voz.

Juan al oír aquello se deprimió más, porque esa conversación la tuvo él seis meses antes y sabía lo que dolía que te despidieran. Aquello lo impulsó a ir al bar, entró y pidió un güisqui.

–¿Otra vez por aquí, Juan? –dijo Antonio, el dueño del bar.
–Sí, ¿por qué?, ¿te importa mucho? –dijo Juan enfadado.
–No, te lo he dicho porque como somos amigos de toda la vida, pues me preocupo, pero, vamos, que si te ha molestado lo que te he dicho, perdón –dijo Antonio.
–Perdona, Antonio, hombre, perdona, es que estoy un poco preocupado porque llevo seis meses sin trabajo.
–Yo lo siento, pero es que no tengo ningún puesto libre de camarero, si no, serías el primero en ocuparlo –dijo Antonio.

Esa noche también llegó borracho. Su mujer ya no podía más y, como quería el bien para su familia, tomó una decisión firme.

–¿A qué hora llegaste anoche? –preguntó ella.
–Llegué sobre las doce, ¿por qué? –dijo él.
–No, solamente…porque es mentira, mentiroso. Llegaste a las dos de la mañana, que escuché yo los golpes que pegaste para abrir la puerta –gritó Catalina furiosa.
–Bueno, sí ¿pasa algo? –dijo él cabreado.
–No sé qué te está pasando pero estás cambiando mucho y eso me preocupa, por eso he tomado una decisión temporal o definitiva según como vaya la cosa.
–¿Qué decisión? –preguntó él.
–Juan, esto es muy difícil para mí, pero lo tenemos que hacer para no hacernos más daño. Mi decisión es que nos tenemos que dar un tiempo, ¿vale? Yo no puedo seguir así, porque has cambiado mucho de la noche a la mañana.
–Pero, por favor, no te separes de mí, cariño –suplicó él –.Porque yo no he cambiado tanto, ¿no?
–¿Qué no has cambiado? ¿Tú antes bebías, me gritabas, llegabas a las tantas borracho? –gritó Catalina.
–No bebía, jamás te había gritado, y nunca he llegado a las ….tantas, ¡es verdad!
–Tendrás que vivir sin tu mujer y sin tus hijos, porque me los llevo yo –dijo ella.
–Vale, sí, porque la verdad es que los hijos estarán mejor contigo, pero con una condición, podré verlos los fines de semana, ¿no te parece?
–Yo creo que es mejor que, hasta que no te recuperes, no los veas.
–Pero cuando yo te diga que los traigas, que ya estoy bien, los traes –pidió él.
–Sí, Juan. Lo haré.

Al día siguiente sus dos hijos le miraron fijamente como si le quisieran decir algo. La más pequeña era la que más lloraba, aunque su hijo también lo hacía, pues sabía –más o menos– lo que estaba pasando entre sus padres.

–Papá, ¿por qué nos tenemos que separar de ti? ¿He hecho algo malo? –preguntó ella.
–No os vais a separar de mí, solamente os vais a quedar un tiempo con vuestra madre, y no, mi niña, no has hecho nada malo, lo he hecho yo –respondió él llorando.

Su hijo se acercó lentamente, porque era muy tímido.

–Papá, sé un poco lo que está pasando entre mamá y tú, solo te quiero decir que eres el mejor padre del mundo, que te quiero mucho, y que pase lo que pase siempre voy a estar a tu lado por muy lejos que esté, aunque esté a mil kilómetros de ti. Siempre, que nunca se te olvide, siempre voy a estar a tu lado –dijo el niño.
–Yo también voy a estar a tu lado siempre, hijo, porque te quiero mucho y nunca me quiero separar de ti.

Cuando se fueron, lo primero que hizo él fue llorar durante toda la noche en su casa y después de llorar, cogió una botella de güisqui y se la bebió. Al final cogió una borrachera más y así se tiró un mes. Cuando venía del bar se sentaba en el sofá, miraba las fotos de todos ellos juntos y empezaba lo de siempre. Primero, llanto, y después, borrachera.

Pasaron cinco meses desde aquel día y Juan seguía haciendo lo mismo, pero ese día una agradable noticia le esperaba en el bar.

–Juan, tengo algo que decirte –dijo Antonio.
–¿Qué? –preguntó Juan con desgana.
–Paquillo se ha marchado del bar y queda un puesto libre, y como te prometí, ese puesto es tuyo.
–¿Qué me estás diciendo?¿Que si quiero trabajar aquí?
–Sí, ¿aceptas? –preguntó Antonio.
–No –dijo él.
–¿Cómo que no? –dijo él sorprendido por la repuesta.
–Pues eso, no. Eso es lo que he dicho –afirmó Juan.
–Pues si no trabajas tu mujer no va a volver contigo, no vas a poder ver a tus hijos y tu vida será completamente una mierda –dijo Antonio.

Juan al oír aquello levantó la cabeza, sonrió y se acercó el vaso de güisqui a los labios.

María Teresa Narciso Narciso. (1º ESO. 12 años).

Deja un comentario